Cuando un ángel hace estallar a una ciudad
Cada cuatro años nuestras vidas se ven invadidas por el Mundial. En el Perú lo vemos como simples espectadores, no como hinchas, o tal vez hacemos barra por algún país que nos cae bien. Es bastante cruel que algunas tiendas y negocios hagan ofertas mundiales cuando nuestro sufrido país hace 32 años que no asiste a la fiesta máxima del fútbol.
Pero un país que vive el Mundial es distinto. Hasta los problemas políticos se hacen a un lado, o no se les tome la debida importancia cuando la fiesta del fútbol está a pleno. Hace un poco más de ocho años que vivo en Argentina y es el segundo Mundial que pasó en Buenos Aires; el de Sudáfrica 2010 lo viví en Perú porque volví por unos meses tras terminar mi maestría, esa es otra historia.
El de Alemania 2006 fue el primero y fui testigo de cosas que en mis 28 años nunca había visto. Buenos Aires es una ciudad que de lunes a viernes en horas de oficina, e incluso de noche, no para. Cuando juega la selección, las calles quedan vacías, desiertas. En los trabajos los empleadores acondicionan alguna sala para que los empleados puedan ver el partido de Argentina. Sí, durante los 90 minutos, o 120 minutos si es que hay alargue, no se trabaja. Los chicos pueden salir temprano del colegio para ver el partido con sus familias o se pueden quedar con los compañeros a ver el partido.
El choripán es un elemento básico de la cancha, algunos empleadores contratan carritos para que los trabajadores sientan que están en el estadio alentando a su selección. Los salones de reuniones se acondicionan con banderitas, cornetas y las vuvuzelas que se hicieron conocidas en el Sudáfrica 2010. Todo es celeste y blanco.
¿El vicepresidente Boudou está procesado? ¡No importa! Argentina pasó a cuartos.
Hoy el país estaba al borde de infarto. Terminaron los 90 minutos reglamentarios y no llegaba el gol. El tanto del Messias no llegaba. Así como Argentina se había acercado muchas veces con peligro al arco, los suizos habían hecho lo suyo. La forma de jugar del equipo de Sabella puede ser criticado, pero a la hora del partido todo el mundo hace fuerza para que la selección repita la proeza de México 86. No hay que mentir, todos pensábamos en los penales y la actuación de “Chiquito” Romero nos daba cierta tranquilidad.
Un ángel desató la locura, liberó ese grito atragantado que todo el mundo tenía cerca de 120 minutos. No importó que afuera hacían ocho grados y soplaba un viento helado, típico del invierno porteño, la celebración de ese gol se escuchó en cada rincón de la ciudad. Era el pase a cuartos de final y faltaban un par de minutos. El palo en el arco argentino fue un milagro. “El Papa es Argentino”, escuché decir a un vecino por la ventana. Se terminó el partido. Todo el mundo celebraba y respiraba un poco más tranquilo.
Me faltaban aún cinco fotos para terminar la galería de las celebridades más poderosas de Forbes que me había pedido mi jefe antes del partido, pero no importaba la demora. En épocas mundialistas una pequeña demora se perdona. Ahora queda Bélgica, esa será otra historia.
Como me gustaría que en mi Perú pase algo así…
Celebración de gol
Escrito por
Periodista. Viví durante quince años en Argentina, hoy estoy en el sur del desierto israelí. Que sea siempre rock. TW: @lvreyes